Vida retirada
¡Qué descansada vida
la del que huye el mundanal ruïdo
y sigue la escondida
senda por donde han ido
los pocos sabios que en el mundo han sido! 5
Que no le enturbia el pecho
de los soberbios grandes el estado,
ni del dorado techo
se admira, fabricado
del sabio moro, en jaspes sustentado. 10
No cura si la fama
canta con voz su nombre pregonera,
ni cura si encarama
la lengua lisonjera
lo que condena la verdad sincera. 15
¿Qué presta a mi contento
si soy del vano dedo señalado,
si en busca de este viento
ando desalentado
con ansias vivas y mortal cuidado? 20
¡Oh campo, oh monte, oh río!
¡Oh secreto seguro deleitoso!
roto casi el navío,
a vuestro almo reposo
huyo de aqueste mar tempestuoso. 25
Un no rompido sueño,
un día puro, alegre, libre quiero;
no quiero ver el ceño
vanamente severo
de quien la sangre ensalza o el dinero. 30
Despiértenme las aves
con su cantar süave no aprendido,
no los cuidados graves
de que es siempre seguido
quien al ajeno abritrio está atenido. 35
Vivir quiero conmigo,
gozar quiero del bien que debo al cielo
a solas, sin testigo,
libre de amor, de celo,
de odio, de esperanzas, de recelo. 40
Del monte en la ladera
por mi mano plantado tengo un huerto,
que con la primavera
de bella flor cubierto,
ya muestra en esperanza el fruto cierto. 45
Y como codiciosa
de ver y acrecentar su hermosura,
desde la cumbre airosa
una fontana pura
hasta llegar corriendo se apresura. 50
Y luego sosegada
el paso entre los árboles torciendo,
el suelo de pasada
de verdura vistiendo,
y con diversas flores va esparciendo. 55
El aire el huerto orea,
y ofrece mil olores al sentido,
los árboles menea
con un manso ruïdo,
que del oro y del cetro pone olvido. 60
Ténganse su tesoro
los que de un flaco leño se confían:
no es mío ver al lloro
de los que desconfían
cuando el cierzo y el ábrego porfían. 65
La combatida antena
cruje, y en ciega noche el claro día
se torna; al cielo suena
confusa vocería,
y la mar enriquecen a porfía. 70
A mí una pobrecilla
mesa, de amable paz bien abastada
me baste, y la vajilla
de fino oro labrada,
sea de quien la mar no teme airada. 75
Y mientras miserable-
mente se están los otros abrasando
en sed insacïable
del no durable mando,
tendido yo a la sombra esté cantando. 80
A la sombra tendido
de yedra y lauro eterno coronado,
puesto el atento oído
al son dulce, acordado,
del plectro sabiamente meneado. 85
.
Nicolás
Maquiavelo EL PRÍNCIPE
CAPÍTULO VIII
DE LOS QUE LLEGARON A PRÍNCIPES POR MEDIO DE MALDADES
Supuesto que aquel que de simple particular asciende a príncipe, lo
puede hacer todavía de otros dos modos, sin deberlo todo al valor o a la
fortuna, no conviene omita yo tratar de uno y de otro de esos dos modos, aun
reservándome discurrir con más extensión sobre el segundo, al ocuparme de las
repúblicas. El primero es cuando un hombre se eleva al principado por una vía
malvada y detestable, el segundo cuando se eleva con el favor de sus
conciudadanos. En cuanto al primer modo, la historia presenta dos ejemplos
notables: uno antiguo y otro moderno. Me ceñiré a citarlos, sin profundizar
demasiado la cuestión, porque soy de parecer que enseñan bastante por sí solos
si cualquiera estuviese en el caso de imitarlos.
El primer ejemplo es el del siciliano Agátocles, quien, habiendo nacido
en una condición, no sólo común y ordinaria, mas también baja y vil, llegó a
empuñar, sin embargo, el cetro de Siracusa. Hijo de un alfarero, había llevado
en todas las circunstancias una conducta reprensible. Pero sus perversas
acciones iban acompañadas de tanto vigor de cuerpo y de tanta fortaleza de
ánimo, que habiéndose dedicado a la profesión de las armas, ascendió, por los
diversos grados de la milicia, hasta el de pretor de Siracusa. Luego que se vio
elevado a este puesto resolvió hacerse príncipe, y retener con violencia, sin
debérselo a nadie, la dignidad que le había concedido el libre consentimiento
de sus conciudadanos. Después de haberse entendido sobre el asunto con el
general cartaginés Amílcar, que estaba en Sicilia con su ejército, juntó una
mañana al Senado y al pueblo en Siracusa, como si tuviera que
deliberar con ellos sobre cosas importantes para la república y, dando en aquella
asamblea a los soldados la señal convenida, les mandó matar a todos los
senadores y a los ciudadanos más ricos que allí se hallaban. Librado de ambos
estorbos de su ambición, ocupó y conservó el principado de Siracusa, sin que se
encendiera contra él ninguna guerra civil. Aunque después fue dos veces
derrotado, y aun sitiado, por los cartagineses, no solamente pudo defender su
ciudad, sino que, además, dejó una parte de sus tropas custodiándola, y marchó
a actuar a África con otra. De esta suerte, en poco tiempo libró a la cercada
Siracusa, y puso en tal aprieto a los cartagineses, que se vieron forzados a
tratarle de potencia a potencia, se contentaron con la posesión de África, y le
abandonaron enteramente a Sicilia. Donde se advierte, reflexionando sobre la
decisión y las hazañas de Agátocles, que nada o casi nada puede atribuirse a la
fortuna. No por el favor ajeno, como indiqué más arriba, sino por medio de los
grados militares, adquiridos a costa de muchas fatigas y de muchos riesgos,
consiguió la soberanía, y, si se mantuvo en ella merced a multitud de acciones
temerarias, pero llenas de resolución, no cabe, ciertamente, aprobar lo que
hizo para lograrla. La traición de sus amigos, la matanza de sus conciudadanos,
su absoluta falta de religión, son, en verdad, recursos con los que se llega a
adquirir el dominio, mas nunca gloria. No obstante, si consideramos el valor de
Agátocles en la manera como arrostró los peligros y salió triunfante de ellos,
y la sublimidad de su alma en soportar y en vencer los acontecimientos que le
eran más adversos, no vemos por qué conceptuarle como inferior al mayor campeón
de diferente especie moral a la suya. Por desdicha, su inhumanidad despiadada y
su crueldad feroz son maldades evidentes que no permiten alabarle, como si
mereciera ocupar un lugar eminente entre los hombres insignes. Pero repito que
no puede atribuirse a su valor o a su fortuna lo que adquirió sin el uno y sin
la otra.
El segundo ejemplo, más inmediato a nuestros tiempos, es el de Oliverot
de Fermo. Educado en su niñez por su tío materno, Juan Fogliani, fue colocado
por éste más tarde en la tropa del capitán Pablo Viteli, a fin de que allí
llegase, bajo semejante maestro, a alguna alta graduación en las armas.
Habiendo muerto después Pablo, y sucediéndole en el mando su hermano Viteloro,
a sus órdenes peleó Oliverot, y como, amén de robusto y valiente, era
inteligentísimo, llegó a ser en breve plazo el primer hombre de su ejército.
Juzgando entonces cosa servil su permanencia en él, confundido entre el vulgo
de los capitanes, concibió el proyecto de apoderarse de Fermo, con ayuda de
Viteloro y de algunos ciudadanos de aquella ciudad que amaban más la esclavitud
que la libertad de su país. Para mejor llevar a cabo su plan escribió, ante
todo, a su tío Juan Fogliani. En la carta le decía ser muy natural, al cabo de
tan prolongada ausencia, que quisiera abrazarle, ver de nuevo su patria, volver
a Fermo y reconocer en algún modo su patrimonio. Le añadía que, en efecto,
regresaba, pero que, no habiéndose fatigado, durante tan larga separación, más
que para adquirir algún honor y deseando mostrar a sus compatriotas que no
había perdido el tiempo en tal respecto, creía deber presentarse con cierto
atuendo, acompañado de amigos suyos, de varios servidores y de cien soldados de
a caballo. Por ende, le rogaba hiciera de modo que los ciudadanos de Fermo le
acogiesen con distinción «atendiendo a que semejante recibimiento no sólo le
honraría a él mismo, sino que redundaría también en gloria del tío, su segundo
padre y su primer preceptor». Juan no dejó de hacer los favores que
solicitaba, y a los que le parecía ser acreedor su sobrino. Procuró que los
ciudadanos de Fermo le recibiesen con gran honra, y le alojó en su palacio.
Oliverot, luego de haberlo dispuesto todo para la maldad que había premeditado,
dio en el palacio un espléndido banquete, al que invitó a Juan Fogliani y a las
personas de más viso de la población. Al final del convite, y cuando conforme
al uso de entonces, se departía sobre cosas de que se habla comúnmente en la
mesa, Oliverot hizo recaer diestramente la conversación sobre la grandeza de
Alejandro VI y de su hijo César Borgia, como asimismo sobre sus empresas.
Mientras él respondía a los discursos de los otros, y los otros contestaban a
los suyos, se levantó de repente, manifestando ser aquella una materia de que
no debía hablarse más que en apartado sitio, y se retiró a un cuarto
particular, al que Fogliani y las demás personas de viso le siguieron. Apenas
se hubieron sentado allí cuando, por salidas ignoradas de ellos, entraron
diversos soldados, que los degollaron a todos, sin perdonar a Fogliani.
Terminada la matanza, Oliverot montó a caballo, recorrió la ciudad, fue a
sitiar al primer magistrado en su propio alcázar, y los habitantes de Fermo,
poseídos de súbito e inaudito temor, se vieron obligados a obedecerle, y a
formar un nuevo Gobierno, del que se constituyó soberano. Desembarazado por tal
arte de todos aquellos hombres cuyo descontento podía serle fatal, fortificó su
autoridad con nuevos estatutos civiles y militares, de suerte que, por espacio
del año que conservó su soberanía, no sólo se mantuvo seguro en la ciudad de
Fermo, sino que además, se hizo respetar y temer de sus vecinos, y hubiera sido
tan perdurable como Agátocles, si no se hubiese dejado engañar por César
Borgia, cuando, en Sinigaglia, sorprendió éste, como indiqué ya, a los Ursinos
y a los Vitelios. Aprehendido con éstos el propio Oliverot en aquella ocasión,
un año después de su parricidio, le ahorcaron en compañía de Viterolo, que
había sido su mentor de audacia y de maldad.
Podría preguntarse por qué Agátocles, Oliverot y algún otro de la misma
especie lograron, a pesar de tantas traiciones y de tamañas crueldades, vivir
largo tiempo seguros en su patria, y defenderse de los enemigos exteriores, sin
seguir siendo traidores y crueles. También podría preguntarse por qué sus
conciudadanos no se conjuraron nunca contra ellos, al paso que otros, empleando
iguales recursos no consiguieron conservarse jamás en sus Estados, ni en tiempo
de paz, ni en tiempo de guerra. Creo que esto dimana del uso bueno o malo que
se hace de la traición y de la crueldad. Permítame llamar buen uso de los actos
de rigor el que se ejerce con brusquedad, de una vez y únicamente por la
necesidad de proveer a la seguridad propia, sin continuarlos luego, y tratando
a la vez de encaminarlos cuanto sea posible a la mayor utilidad de los
gobernados. Los actos de severidad mal usados son aquellos que, pocos al
principio, van aumentándose y se multiplican de día en día, en vez de
disminuirse y de atenerse a su primitiva finalidad. Los que se atienen al
primer método, pueden, con los auxilios divinos y humanos, remediar, como
Agátocles, su situación, en tanto que los demás no es posible que se mantengan.
Es menester, pues, que el que adquiera un Estado ponga atención en los actos de
rigor que le es preciso ejecutar, a ejercerlos todos de una sola vez e
inmediatamente, a fin de no verse obligado a volver a ellos todos los días, y
poder, no renovándolos, tranquilizar a sus gobernados, a los que ganará después
fácilmente, haciéndoles bien. El que obra de otro modo, por timidez o guiado
por malos consejos, se ve forzado de continuo a tener la cuchilla en la mano, y
no puede contar nunca con sus súbditos, porque estos mismos, que le saben
obligado a proseguir y a reanudar los actos de severidad, tampoco pueden estar
jamás seguros con él. Precisamente porque semejantes actos han de ejecutarse
todos juntos porque ofenden menos, si es menor el tiempo que se tarda en
pensarlos; los beneficios, en cambio, han de hacerse poco a poco, a fin de que
haya lugar para saborearlos mejor. Así, un príncipe debe, ante todas las cosas,
conducirse con sus súbditos de modo que ninguna contingencia, buena o mala, le
haga variar, dado que, si sobrevinieran tiempos difíciles y penosos, no le
quedaría ya ocasión para remediar el mal, y el bien que hace entonces no se
convierte en provecho suyo, pues lo miran como forzoso, y no sé lo agradecen.
JHON MILTON
FRAGMENTO DE EL
PARAÍSO PERDIDO
“Canta, Musa Celestial,
la primera desobediencia del hombre y el fruto de aquél árbol prohibido, cuyo
gusto mortal trajo al mundo la muerte y todas nuestras desgracias, con la
pérdida del Edén”…
“De una sola ojeada y
atravesando con su mirada un espacio tan lejano como es dado a la penetración
de los ángeles, vio aquel lugar triste, devastado y sombrío; aquel antro
horrible y cercado, que ardía por todos lados como un gran horno. Aquellas
llamas no despedían luz alguna; pero las tinieblas visibles servían tan sólo
para descubrir cuadros de horror, regiones de pesares, oscuridad dolorosa, en
donde la paz y el reposo no pueden habitar jamás, en donde no penetra ni aun la
esperanza”.
“El abismo no tiene
límites ni vacío, porque Yo soy el abismo; lo infinito está lleno de mí. Pero
Yo, a quien nada puede contener, me retiro y no extiendo por todas partes mi
bondad, que es libre de obrar o de no obrar: el Hado y la Necesidad en Mí
no influyen: mi voluntad es el Destino”.
“Faltaba la obra maestra,
el fin de todo lo que se había hecho; un ser que no anduviese encorvado, ni que
fuera irracional como las demás criaturas, sino que, dotado de la santidad de
la Razón, pudiera erguir derecha su estatura, y elevar su frente
serena… Hagamos ahora al Hombre a nuestra imagen y semejanza, y
tenga dominio sobre los peces del mar, y sobre las aves del cielo, y sobre las
bestias, y sobre toda la tierra”.
“El Enemigo, oculto bajo
la apariencia de una serpiente, había salido de su retiro buscando el sitio
donde más probablemente pudiera encontrar a los dos únicos seres de la especie
humana, y en ellos, a toda la raza, que era su prometida presa”.
“No creas que, aunque el
hombre no existiese, carecería el cielo de espectadores, y Dios de alabanzas;
mientras velamos, mientras dormimos, millones de criaturas espirituales marchan
invisibles por el mundo”.
“Los Dioses fueron los
primeros que existieron, y se prevalen de esta ventaja para hacernos creer que
todo procede de ellos, pero lo dudo, porque, al paso que veo esta hermosa
tierra que con el calor de los rayos del sol produce tantas cosas, ellos no
producen nada. Si lo producen todo, ¿quién ha encerrado la Ciencia del Bien y
del Mal en este árbol, de tal suerte que el que come de su fruto adquiere
al momento la sabiduría sin su permiso?. ¿Cuál sería la ofensa del hombre
por alcanzar este conocimiento?”.
“La Tierra tembló en sus
entrañas, como si se renovasen sus tormentos, y la Naturaleza lanzó un
segundo gemido. El cielo se oscureció, dejó oír un trueno sordo y derramó
algunas tristes lágrimas, cuando se consumó el mortal pecado original” .
¡Oh Vergüenza, hija del
Pecado, cuánto has turbado a la raza humana, con apariencias de pureza!. ¡Has
alejado de la vida del hombre su vida más dichosa, la sencillez y la inmaculada
inocencia!
“Hijos míos, el Hombre es
ya como uno de nosotros; conoce a la vez el Bien y el Mal desde que ha gustado
el fruto prohibido; pero sólo puede vanagloriarse de conocer el Bien perdido y
el Mal ganado: mucho más feliz sería si le hubiera bastado conocer el Bien por
sí mismo, y de ningún modo el Mal”.
“En adelante sabré
que sufrir por causa de la Verdad es elevarse con valor a la más alta victoria
y que, para el fiel, la Muerte es la puerta de la Vida… Asidos de las
manos y con inciertos y lentos pasos, siguieron a través del Edén su solitario
camino”.
FRAGMENTO DE GARGANTÚA Y
PANTAGRUEL FRANÇOIS RABELAIS
"Iba pues arrastrado, con el culo en el suelo, por la
potranca que multiplicaba su coceo contra él y huía despavorida por los setos,
los fosos y los zarzales. Le chafó la cabeza, hasta el extremo que el cerebro
saltó junto a la cruz donde se canta el Hosanna; luego los brazos en piezas,
uno aquí y otro allá, las piernas igualmente y finalmente hizo una carnicería
del vientre de modo que, al llegar al convento, la potranca sólo llevaba el pie
derecho y la sandalia arrollada.
(...)
- ¿Cómo será -observó Gargantúa- que el hermano Jean pueda tener tan hermosa
nariz?
- Porque así lo quiso Dios -repuso Grandgousier-; que El, en su divino
arbitrio, nos modela como los alfareros sus vasijas.
- Y como el monje Jean -añadió Ponócrates- fue el primero en acudir al mercado
de las narices, adquirió las más bellas y grandes.
- Seguid si queréis -adujo Jean-, pero, según la verdadera filosofía monástica,
habéis de saber que lo que decís se debe a que mi nodriza tenía las tetas
blandas y, hundiéndose en ellas mi nariz como en manteca, fueron creciendo a su
sabor, como crece la pasta con la levadura. Las nodrizas de pechos duros hacen
chatos a los chiquillos. "
Ensayos de Miguel Eyquem de Montaigne
Capítulo I
Por diversos caminos se llega a semejante fin
El modo más frecuente de ablandar los
corazones de aquellos a quienes hemos ofendido, cuando tienen la venganza en su
mano y estamos bajo su dominio, es conmoverlos por sumisión a conmiseración y
piedad; a veces la bravura, resolución y firmeza, medios en todo contrarios,
sirvieron para el logro del mismo fin.
Eduardo, príncipe de Gales, el que
durante tanto tiempo gobernó nuestra Guiena, personaje cuya condición y fortuna
tienen tantas partes de grandeza, habiendo sido duramente ofendido por los
lemosines y apoderádose luego de su ciudad por medio de las armas, no le
detuvieron en su empresa los gritos del pueblo, mujeres y niños, entregados a
la carnicería, que le pedían favor arrojándose a sus pies, y su cólera fue
implacable hasta el momento en que, penetrando más adentro en la ciudad, vio
tres franceses nobles que con un valor heroico querían contrarrestar los esfuerzos
de los vencedores. La consideración y respeto de virtud tan noble detuvo
primeramente su cólera, y merced a los tres caballeros comenzó a mirar
misericordiosamente a todos los demás moradores de la ciudad.
Scanderberg, príncipe del Epiro, que seguía a
uno de sus soldados para matarlo, habiendo la víctima intentado apaciguar la
cólera del soberano con toda suerte de humillaciones y de súplicas, resolvió de
pronto hacerle frente con la espada en la mano; tal resolución detuvo la furia
de su dueño, quien habiéndole visto tomar determinación tan digna le concedió
su gracia. Este ejemplo podrá ser interpretado de distinto modo por aquellos
que no tengan noticia de la prodigiosa fuerza y valentía de este príncipe.
El emperador Conrado III, que tenía cercado
a Guelfo, -2- duque de Baviera, no quiso condescender a
condiciones...
GARCILASO
DE LA VEGA
Cuando me paro a
contemplar mi estado
y a ver los pasos
por dó me ha traído,
hallo, según por do
anduve perdido,
que a mayor mal
pudiera haber llegado;
mas cuando del
camino estoy olvidado,
a tanto mal no sé
por dó he venido:
sé que me acabo, y
más he yo sentido
ver acabar conmigo
mi cuidado.
Yo acabaré, que me
entregué sin arte
a quien sabrá
perderme y acabarme,
si quisiere, y aun
sabrá querello:
que pues mi
voluntad puede matarme,
la suya, que no es
tanto de mi parte,
pudiendo, ¿qué hará
sino hacello?
II
En fin, a vuestras
manos he venido,
do sé que he de
morir tan apretado,
que aun aliviar con
quejas mi cuidado,
como remedio, me es
ya defendido;
mi vida no sé en
qué se ha sostenido,
si no es en haber
sido yo guardado
para que sólo en mí
fuese probado
cuanto corta una
espada en un rendido.
Mis lágrimas han
sido derramadas
donde la sequedad y
la aspereza
dieron mal fruto
dellas y mi suerte:
¡basten las que por
vos tengo lloradas;
no os venguéis más
de mí con mi flaqueza;
allá os vengad,
señora, con mi muerte!
III
La mar en medio y
tierras he dejado
de cuanto bien,
cuitado, yo tenía;
y yéndome alejando
cada día,
gentes, costumbres,
lenguas he pasado.
Ya de volver estoy
desconfiado;
pienso remedios en
mi fantasía;
y el que más cierto
espero es aquel día
que acabará la vida
y el cuidado.
De cualquier mal
pudiera socorrerme
con veros yo,
señora, o esperallo,
si esperallo
pudiera sin perdello;
mas no de veros ya
para valerme,
si no es morir,
ningún remedio hallo,
y si éste lo es,
tampoco podré habello.
IV
Un rato se levanta
mi esperanza:
mas, cansada de haberse
levantado,
torna a caer, que
deja, mal mi grado,
libre el lugar a la
desconfianza.
¿Quién sufrirá tan
áspera mudanza
del bien al mal?
¡Oh corazón cansado!
Esfuerza en la
miseria de tu estado;
que tras fortuna
suele haber bonanza.
Yo mesmo emprenderé
a fuerza de brazos
romper un monte,
que otro no rompiera,
de mil
inconvenientes muy espeso.
Muerte, prisión no
pueden, ni embarazos,
quitarme de ir a
veros, como quiera,
desnudo espirtu o
hombre en carne y hueso.
V
Escrito está en mi
alma vuestro gesto,
y cuanto yo
escribir de vos deseo;
vos sola lo
escribisteis, yo lo leo
tan solo, que aun
de vos me guardo en esto.
En esto estoy y
estaré siempre puesto;
que aunque no cabe
en mí cuanto en vos veo,
de tanto bien lo
que no entiendo creo,
tomando ya la fe
por presupuesto.
Yo no nací sino
para quereros;
mi alma os ha
cortado a su medida;
por hábito del alma
mismo os quiero.
Cuando tengo
confieso yo deberos;
por vos nací, por
vos tengo la vida,
por vos he de
morir, y por vos muero.
Luís Vaz de Camões
fragmento de Os Lusiadas
" Alma mia gentil, que partiste
Tan pronto de esta vida descontente,
Reposa allá en el Cielo eternamente,
Y viva yo aquí en la tierra siempre triste.
Si allá en el asiento etéreo, en donde subiste,
Memoria de esta vida se consiente,
No te olvides de aquel amor ardiente
Que yá en los ojos mios tan puro viste.
Y si vieras que puede merecerte
Alguna cosa el dolor que me quedó
Del pesar, sin remedio, de perderte;
Ruega a Dios que tus años recortó,
Que tan pronto de aquí me lleve a verte,
Quan pronto de mis ojos te llevó. "
FRAGMENTO DE ORLANDO
FURIOSO DE LUDOVICO ARIOSTO
" Un
fructífero riachuelo, alimentado por un manantial límpido,
Envuelve, a su alrededor, ese espacio fértil.
La tierra de Venus, la verdad sea dicha
Lugar efímero de alegría y de encanto:
Para cada doncella y esposa, que allí se engendra,
Es a lo largo y ancho del mundo, inigualada en gracia:
Y Venus desea, que hasta que tañan sus últimas horas,
El Amor caldee sus pechos, jóvenes y viejos. "
FRAGMENTO DE
HAMLET WILLIAM SHAKESPEARE
POLONIO
Señor, se dirige al aposento de su madre.
Yo me esconderé tras los tapices
para oírlo. Seguro que le riñe a fondo.
Y, como dijisteis, y dijisteis sabiamente,
conviene que alguien más que una madre,
pues ellas son parciales por naturaleza,
escuche la plática a escondidas. Adiós, Majestad.
Antes que os acostéis, pasaré a veros
y contaros lo que sepa.
REY
Gracias, señor.
Sale POLONIO.
¡Ah, inmundo es
mi delito, su hedor llega hasta el cielo!
Lleva la primera y primitiva maldición
el fratricidio. Rezar no puedo.
Fuertes son inclinación y voluntad,
pero más fuerte es la culpa, y las derrota.
Como un hombre enfrentado a un doble objeto,
dudo por cuál he de empezar
y no emprendo ninguno. ¿Y si esta mano maldita
se agrandara con la sangre de un hermano,
no habría lluvia en los cielos piadosos
para dejarla más blanca que la nieve?
¿Para qué sirve la gracia si no es para mirar
al pecado cara a cara? ¿Y qué hay en la oración
sino el doble poder de impedirnos obrar mal
o perdonarnos si caemos?. Tendré ánimo.
El daño está hecho, mas, ¿qué suerte de oración
me serviría? ¿"Perdona mi inmundo asesinato"?
Imposible, pues aún gozo de los frutos
por los que cometí el asesinato:
la corona, la reina, mi ambición.
¿Nos pueden perdonar sin quitarnos el provecho?
En la usanza corrupta de este mundo
la mano dadivosa del culpable
desplaza a la justicia; y es sabido
que el propio botín compra a la ley. Mas no en el cielo:
allí no hay fraude, allí el acto muestra
su color verdadero, y nos obligan,
habiendo de hacer frente a nuestras faltas,
a declarar contra nosotros. Entonces, ¿qué me resta?
Ver qué puede el arrepentimiento. ¿Qué no podrá?
Mas, ¿qué puede cuando uno ya no puede arrepentirse?
¡Mísero estado! ¡Corazón más negro que la muerte!
¡Oh, alma atrapada, que luchando por librarse
más se enreda! ¡Amparadme, ángeles, queredlo!
Doblaos, rígidas rodillas, y tú, pecho de acero,
sé tierno como un recién nacido.
Tal vez sea posible.
Se arrodilla
Entra HAMLET.
HAMLET
Ahora es buen momento, está rezando; voy a hacerlo ya.
[Desenvaina.]
Entonces sube al
cielo
y esa es mi venganza. Esto hay que razonarlo.
Un ruin mata a mi padre, y yo,
su único hijo, por ello mando al cielo
a ese ruin.
Ah, esto es paga y recompensa, no venganza.
Mató a mi padre en la impureza, saciado,
en la flor de sus culpas, en plena lozanía.
¿Quién sabe cómo están sus cuentas, salvo el cielo?
Mas, según nuestro saber y modo de pensar,
su caso es grave. ¿Me habré vengado
matándole mientras él purga su alma,
cuando está preparado para el tránsito? No.
Adentro, espada, y conoce sazón más horrorosa.
Cuando duerma borracho o esté ardiente,
o en el lecho del placer incestuoso,
blasfemando en el juego o en un acto
que no tenga señal de salvación,
entonces le derribas; que dé coces al cielo
y su alma sea más negra y más maldita
que el infierno adonde va. Mi madre aguarda.
Tu rezo los días enfermos te alarga.
Sale.
REY
Vuelan mis palabras, queda el pensamiento.
Palabras vacías no suben al cielo.
III.iv Entran la
REINA y POLONIO.
POLONIO
Viene en seguida. Censuradle a fondo.
Decid que sus excesos ya son insufribles
y que Vuestra Majestad le ha protegido
de las iras. No voy a hablar más.
Os lo ruego, sed clara con él.
HAMLET [dentro]
¡Madre, madre, madre!
REINA
Así lo haré. Perded cuidado. Escondeos, que ya viene.
Entra HAMLET.
HAMLET
Y bien, madre, ¿qué ocurre?
REINA
Hamlet, has ofendido mucho a tu padre.
HAMLET
Madre, tú has ofendido mucho a mi padre.
REINA
Vamos, vamos, replicas con lengua muy suelta.
HAMLET
Venga, venga, preguntas con lengua perversa.
REINA
¿Qué es esto, Hamlet?
HAMLET
¿Qué ocurre ahora?
REINA
¿Olvidas quién soy?
HAMLET
Por la cruz, nada de eso. Eres la reina,
esposa del hermano de tu esposo
y, ojalá no lo fueras, pero eres mi madre.
REINA
Muy bien. Te mandaré a quien sepa hablarte.
HAMLET
Vamos, vamos, siéntate. Tú no te mueves
ni te vas hasta que ponga frente a ti
un espejo que te enseñe tus adentros.
REINA
¿Qué vas a hacer? ¿No irás a matarme?
¡Ah, socorro, socorro!
POLONIO [detrás del tapiz]
¡Ah, socorro, socorro, socorro!
HAMLET
¡Cómo! ¿Una rata? ¡Por un ducado la mato!
Mata a POLONIO
[atravesando el tapiz].
POLONIO
¡Ah, me han matado!
REINA
¡Ay de mí! ¿Qué has hecho?
HAMLET
Pues no sé. ¿Es el rey?
REINA
¡Ah, qué locura criminal es esta!
HAMLET
¿Criminal? Casi tanto, buena madre,
como matar a un rey y casarse con su hermano.
REINA ?
¿Matar a un rey?
HAMLET
Sí, señora, eso he dicho. ?
Y tú, bobo, imprudente, entrometido, adiós.
Te creí tu superior. Acepta tu suerte.
Pasarse de curioso trae peligro. ?
No te retuerzas más las manos. Calma, siéntate;
yo seré quien te retuerza el corazón
si está hecho de materia permeable
y la ruin costumbre no lo ha vuelto tan duro
que no pueda expugnarlo el sentimiento.
REINA
¿Qué he hecho yo para que me hables así
con lengua tan ruidosa y ofensiva?
HAMLET
Una acción tal que empaña
el cándido rubor de la decencia,
llama hipocresía a la virtud, quita
la rosa de la frente al amor puro
dejándole un estigma, vuelve los esponsales
tan falsos como juramentos de tahúr.
Ah, tal acción que del sagrado contrato
arranca el alma, cambiando en palabrería
la santa religión. El cielo enrojece
sobre esta sólida esfera y, con triste semblante,
como si aguardara el Día del Juicio,
está angustiado por tu acción.
REINA
¡Ay de mí! ¿Qué acción,
que se anuncia tronando y rugiendo?
HAMLET
Mira este retrato, y ahora éste;
imágenes son de dos hermanos.
Ve la gallardía de este rostro,
los rizos de Hiperión, la frente de Júpiter,
los ojos de Marte, que ordenan o amenazan;
el porte de Mercurio el mensajero
posándose en una montaña sublime.
En verdad, una alianza y una forma
en que los dioses dejaron su sello
para ratificar lo que es un hombre.
Él fue tu marido. Mira lo que sigue.
Este es tu marido, espiga podrida
que infecta a su hermano. ¿Tienes ojos?
¿Dejaste de pastar en tan hermoso monte
para cebarte en este páramo? ¿Eh? ¿Tienes ojos?
No lo llames amor, pues a tu edad
el ardor de la sangre está amansado
y se somete al juicio. ¿Y qué juicio
llevaría de éste a éste? ¿Qué demonio
te ha engañado a la gallina ciega?
¡Ah, vergüenza! ¿Y tu rubor? Ardiente infierno,
si te inflamas en cuerpo de matrona,
en la fogosa juventud la castidad
sea como cera y en su fuego se derrita.
No hables de impudicia si se enciende
la indómita pasión cuando el hielo también arde
y la razón sirve al deseo.
REINA
¡Ah, Hamlet, no sigas! Me vuelves
los ojos hacia el fondo de mi alma,
y en ella veo manchas negras y profundas
que no pueden borrarse.
HAMLET
No, vivirán
en la náusea y el sudor de una cama pringosa,
cociéndose en el vicio y la inmundicia
entre arrullos y ternezas.
REINA .
¡No sigas hablando! Cual puñales
tus palabras me traspasan los oídos.
¡Basta, buen Hamlet!
HAMLET
Un asesino, un infame;
un canalla que no llega a los talones
del que fue tu marido; un payaso de rey,
el ratero del reino y el poder,
que robó la corona del estante
para echársela al bolsillo...
REINA
¡Basta!
HAMLET
Un rey de parches y pingajos...
Entra el ESPECTRO
en ropa de noche
¡Salvadme y
envolvedme en vuestras alas,
ángeles del cielo! ¿Qué deseas, noble figura?
REINA
¡Ay, está loco!
HAMLET
¿Vienes a reñirle a tu hijo indolente
que, dejando pasar tiempo y fervor,
no pone por obra tu fiero mandato? ¡Habla!
ESPECTRO
No lo olvides. Esta aparición
sólo quiere aguzar tu embotado propósito.
Pero mira el desconcierto de tu madre.
Interponte entre ella y su alma en lucha.
La imaginación de los más débiles
opera con más fuerza. Háblale, Hamlet.
HAMLET
¿Cómo estás, madre?
REINA
¡Ah! ¿Cómo estás tú,
que clavas la mirada en el vacío
y conversas con el aire incorpóreo?
Por tus ojos asoma tu ánimo agitado
y, como guerreros despertados por la alarma,
tu liso cabello se levanta cual si fuera
una excrecencia viviente. ¡Ah, hijo mío!
Rocía el fuego y ardor de tu mal
con la fría quietud. ¿Qué es lo que miras?
HAMLET
¡A él, a él! ¡Mira qué semblante demacrado!
Si predicase a las piedras, su causa
y su figura las ablandaría. ? No me mires,
no sea que tu acto compasivo
cambie mi duro propósito. Mi objeto
perdería su color: llanto en vez de sangre.
REINA
¿A quién le dices eso?
HAMLET
¿No ves nada ahí?
REINA
No, nada; aunque veo todo lo que hay.
HAMLET
¿Ni has oído nada?
REINA
No, sólo nuestras voces.
HAMLET
¡Ah, mira! ¡Ve cómo se aleja!
¡Mi padre, vestido como en vida!
¡Mira cómo sale por la puerta!
Sale el ESPECTRO.
REINA
No es más que un ensueño de tu mente.
El delirio es muy hábil
en crear apariciones.
HAMLET
¿Delirio?
Mi pulso late acompasado como el tuyo
y da una música tan sana. No es locura
lo que he dicho. Ponme a prueba y yo
repetiré mis palabras, de lo cual
huiría la locura. Madre, por el cielo,
no pongas un bálsamo a tu alma
que muestre mi demencia y no tu culpa.
Será una fina piel sobre la llaga,
mientras, invisible, la inmunda podredumbre
por dentro todo infecta. Confiésate al cielo,
llora el pasado, evita tentaciones;
no quieras abonar la mala hierba
y hacerla más frondosa. Perdona mi virtud,
pero en estos tiempos de molicie y saciedad
la virtud ha de excusarse con el vicio
e implorar que le deje socorrerle.
REINA
¡Ah, Hamlet! Me has partido en dos el corazón.
HAMLET
Pues tira la peor parte
y con la otra mitad vive más pura.
Buenas noches. No vayas al lecho de mi tío.
Aparenta virtud, aunque no tengas.
Esta noche abstente;
eso dará mayor facilidad
a la próxima abstinencia. Buenas noches otra vez.
Cuando ruegues la divina bendición,
yo te pediré la tuya. ? En cuanto a este caballero,
lo siento de veras. Pero el cielo ha querido,
haciéndome su azote y su verdugo,
castigarme a mí con él y a él conmigo.
Le sacaré de aquí y responderé
de su muerte. Una vez más, buenas noches.
Tengo que ser cruel sólo por afecto.
Lo peor vendrá; esto es el comienzo.
REINA
¿Qué puedo hacer?
HAMLET
De ningún modo lo que yo te diga:
dejar que el fláccido rey te atraiga a su lecho,
te pellizque la cara, te llame paloma
y que, por un par de besos inmundos,
o sobándote el cuello con sus dedos malditos,
consiga que le aclares el enigma:
que, en realidad, toda mi locura
es fingimiento. Estaría bien decírselo.
¿Podría una reina gentil, modosa, prudente,
ocultarle cuestiones de tal entidad
a un sapo, un murciélago, un morrongo?
¿Podría? No: a despecho de juicio y reserva,
abre la jaula en el tejado, deja volar
a los pájaros y, como el célebre mono,
haz la prueba metiéndote en la jaula
y estréllate al caer.
REINA
Si el habla es aliento, y el aliento, vida,
te aseguro que vida no tendré
para contar lo que has dicho.
HAMLET
He de ir a Inglaterra. ¿Lo sabías?
REINA
¡Ah, lo había olvidado! Está decidido.
HAMLET
Éste va a adelantarme el viaje.
Le arrastraré el pellejo a la otra estancia.
Madre, buenas noches ya. Este dignatario,
que en vida fue un torpe y servil palabrero,
ahora es un sepulcro callado y secreto. -
Vamos, señor, acabemos el asunto. -
Buenas noches, madre.
Sale arrastrando
a POLONIO.